Aquel artefacto de unos 20 kilos de peso carecía todavía de pedales y el conductor se impulsaba con los pies y se dejaba rodar. Los habitantes de Schwetzingen lo encontraban bastante cómico y las viñetas en la prensa ilustrada de la época dejan constancia de la recepción un tanto burlona del invento. Pero en 1818, Drais recibió un privilegio del Ducado, lo que hoy en día sería una patente, y posteriormente permisos de fabricación y comercio en Prusia y en Francia, donde registró los derechos sobre su invento denominándolo «Draisina». Y en cuanto la bicicleta comenzó a acortar tiempos y trayectos, puesto que no necesitaba caminos tan anchos como los coches de caballos, ya no hubo quien pudiera pararla.
Documentos de la época recogen los argumentos con los que Drais trataba de demostrar al público en ferias y mercados de las ventajas de su «máquina andante» y las ventas comenzaron a reportar beneficios, pero el pionero alemán se encontró con dos obstáculos que acabaron con todas sus ganancias. El primero fue que había obtenido una patente de diez años, de modo que cuando las ventas de la bicicleta comenzaron a remontar, su fabricación y comercialización eran ya libes. El segundo fue que los años de malas cosechas pasaron, aumentó el número de caballos a disposición del transporte y en la calle y en las vías ferroviarias comenzaron a circular más y más vehículos a vapor. Las viejas tradiciones y la incipiente era industrial formaron una especie de bocadillo en el que el futuro de la bicicleta parecía quedar atrapado y en el que la economía de Drais tuvo que enfocarse a otros inventos para permitir la subsistencia.
En años posteriores, Drais desarrolló una máquina de escribir de 16 letras, la precursora de la dactilográfica, renunció a su título de barón por sus simpatías hacia los fracasados movimientos revolucionarios democráticos de 1848 en Alemania y murió sumido en la pobreza en 1851. Pero su invento le sobrevivió y siguió creciendo con el tiempo. En 1839, el herrero escocés Kirkpatrick Macmillan le incorporó pedales de metal y los franceses Pierre y Ernest Michaux, que presentaron en la Exposición mundial de París en 1867 un velocípedo con propulsión delantera, le dieron un definitivo impulso. En 1879, el británico Henry John Lawson incorporó la propulsión por cadena para la rueda trasera y en 1885, su compatriota John Kemp Starley patentaba la primera bicicleta con un sistema de cadena integrado a las dos ruedas, frenos y gomas con cámara de aire desarrollados por el irlandés John Boyd Dunlop. La bicicleta estaba ya lista para pasar a convertirse en un medio de masas.
Pocos años más tarde, en 1903, se celebró la primera edición de la carrera ciclista más conocida del mundo, el «Tour de France». El francés Maurice Garin se adjudicó la competición disputada en seis etapas y con un recorrido de 2.428 kilómetros, lo que dejo claro que pedaleando se puede llegar a donde uno se proponga.
Hoy en día la bicicleta es un imprescindible del ocio y del deporte, pero también un medio de transporte habitual para muchos alemanes. En Alemania hay 78 millones de bicicletas y una población de 80,5 millones de habitantes. Según datos de la asociación Fahrrad.de, que lleva a cabo cada dos años una amplia encuesta sobre el tema, el 40.2% de la población usa diario la bicicleta; el 49.5% la utiliza por lo menos una vez a la semana; y el 7.2% una vez al mes. Quienes la usan a diario declaran la bicicleta como su principal medio de transporte y la asociación señala que entre los escolares su uso es bastante generalizado. De la mitad de los alemanes que no la usa como transporte principal, el 25.3% lo hace con su familia para paseos en el tiempo libre y el 18.9% para hacer deporte.
Fuente: ABC (Rosalía Sanchez)
La bicicleta para el deporte ha sido una total revolución para el espectáculo. Lo vemos a diario con los eventos.
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